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miércoles, 6 de abril de 2011

QUÉ ES LA EPISTEMOLOGÍA Y PARA QUÉ SIRVE


1. Epistemología y filosofía, ciencia y opinión, gimnasia y música

por Ricardo Etchegaray


La epistemología es una disciplina de la filosofía, como lo son la ética, la lógica, la metafísica, la gnoseología o la filosofía de la historia. La epistemología es filosofía de la ciencia y, como todas las disciplinas filosóficas, requiere de ciertos saberes previos acerca de la naturaleza y funciones de la filosofía. Desarrollar los problemas epistemológicos supone haber hecho una introducción a la filosofía. En este capítulo se desarrollará una breve presentación de las cuestiones filosóficas con el objeto de sentar las condiciones necesarias para la comprensión de los contenidos específicos de la epistemología.

La palabra “epistemología” deriva de la lengua griega. Está compuesta de dos vocablos: “episteme”, que significa “ciencia” y “logos”, que significa “conocimiento”, “razón”, “discurso”, “palabra”, “cosecha”. Dado que la ciencia es una forma de conocimiento, “epistemología” se podrá traducir por “conocimiento de la ciencia”, “teoría de la ciencia” o “ciencia de la ciencia”. No es un término que hayan utilizado los antiguos griegos, sino que fue creado hace poco más de un siglo.

Lo que los antiguos griegos llamaban “episteme” no tiene los mismos rasgos que lo que los modernos llaman “ciencia”. Uno de los primeros filósofos griegos en tratar de definir la episteme fue Platón. Para este autor la episteme es la forma de conocimiento superior. Es, por lo tanto, el conocimiento más difícil, al que se accede en último lugar, el que es propio del filósofo. Si la filosofía incluye la totalidad de los saberes accesibles a los seres humanos, la episteme es el grado más alto de saber, el conocimiento de la realidad tal como es, de las cosas en sí mismas. Platón llama “ideas” a las cosas en sí mismas, a la verdadera realidad. La episteme no es sólo el conocimiento de la realidad tal cual es sino también el del fundamento de la realidad, al que Platón llama el “Bien”.

En el pensamiento platónico, la episteme o ciencia se identifica con la filosofía, y se diferencia radicalmente de la doxa u opinión. A partir de esta diferencia, Platón distingue al verdadero filósofo de todos aquellos que parecen serlo, de los que son llamados filósofos, pero que no lo son. A estos últimos, a los que tienen afición por cualquier tipo de saberes, que se muestran dispuestos a aprender muchos temas, los llama filodoxos[1]. El verdadero filósofo desea la sabiduría en su totalidad, gusta de contemplar el Bien y la verdad, busca conocer lo que realmente es, lo permanente.

Platón ejemplifica estas diferencias entre el filósofo y el filodoxo recurriendo al tema de la belleza: los aficionados a oír y los amantes de los espectáculos gustan de las bellas voces, de los bellos colores, de las formas y de todas las obras que reúnen tales elementos; pero su inteligencia es incapaz de percibir y amar la naturaleza de lo bello en sí. ¿Y qué es lo bello en sí? Es aquello que hace ser bellas a la multiplicidad de cosas bellas. Si hay una multiplicidad de cosas, a todas las cuales se les atribuye el “ser bellas”, esto supone que todas ellas comparten algo en común en virtud de lo cual son bellas. Eso, precisamente, que hace bellas a las cosas bellas, es “lo bello en sí”, a lo que Platón llama Idea[2] de belleza. Lo bello en sí es entonces la idea o esencia de lo bello, o sea, la belleza de la cual participan la multiplicidad de las cosas bellas. Esta esencia de lo bello es algo que no cambia, que es inmutable, que es una y siempre la misma. Si cambiara o se modificase dejaría de ser “bello” y se convertiría en otra cosa, en algo no bello.

Aquellos hombres que buscan la multiplicidad de las cosas bellas (filodoxos), son incapaces de percibir, aprender y amar lo bello en sí. Se pierden en las muchas cosas sin lograr captar lo que tienen en común: lo que las hace bellas, la belleza. En cambio, el hombre que sabe que existe lo bello en sí y es capaz de aprenderlo aun a través de las cosas bellas, sabiendo que esas cosas son bellas sólo en cuanto participan de la esencia de lo bello, ese hombre ama verdaderamente la belleza. De él puede decirse que tiene el verdadero conocimiento de lo que es la belleza; de los otros, que se pierden en la multiplicidad de las cosas bellas, puede decirse que no tienen un verdadero conocimiento, sino que tienen una opinión (doxa), es decir, un punto de vista, una apreciación personal[3].

Platón contrapone el conocimiento verdadero o episteme (ciencia) a la doxa (opinión), y consecuentemente, contrapone al filósofo con el filodoxo. Entiende por filósofo a aquel hombre que tiene un verdadero conocimiento, aquél que conoce, por ejemplo, la belleza en sí, la esencia. En cambio, llama filodoxo a aquél que sólo conoce muchas cosas bellas, muchos tipos de belleza, pero no lo bello en sí.

Hay aquí entonces un doble problema: (a) el del conocimiento, que puede ser episteme o doxa y el objeto de conocimiento que puede ser uno o múltiple; (b) el de la relación entre el tipo de conocimiento y el grado de realidad.

La ciencia es un conocimiento de lo uno mientras que la opinión lo es de lo múltiple.

Hay dos grados de conocimiento y dos grados de realidad. Esto no es una coincidencia, para Platón a cada grado de realidad le corresponde un grado de conocimiento. O, lo que es lo mismo, cada facultad de conocimiento tiene por objeto un determinado sector de la realidad. En síntesis:

(1) La episteme o ciencia, que en términos estrictos es el conocimiento fundado, el saber real, seguro, estable, permanente. Este tipo de conocimiento revela la existencia de lo que es verdaderamente, de lo que es siempre de la misma manera, de lo que es siempre lo mismo.

(2) La doxa u opinión, es un tipo de saber que no puede dar cuenta de sí, es decir, no posee fundamento. Es un conocimiento particular y cambiante. Sin embargo, hay que reparar en que no es “ignorancia”, es un tipo de saber y, por lo tanto, corresponde a lo que de alguna manera es. Su objeto son las cosas que son y no son, los entes que se muestran como múltiples y cambiantes, la realidad captada por los sentidos.

Los saberes se desarrollan y aprenden en un proceso de educación y formación al que los griegos llamaban paideia. No se trataba de un sistema de instrucción ni mucho menos de escuelas públicas como las que existen en la actualidad. La paideia apuntaba a la provisión de los saberes necesarios para la vida en la comunidad, a la que los griegos llamaban polis, en sus dos aspectos: la educación del cuerpo (soma) en la gimnasia y del alma (psique) en la música. La gimnasia consistía en el adiestramiento y el ejercicio de las capacidades corporales dirigidas fundamentalmente a la defensa y la guerra, lo cual no implicaba solamente la educación física sino también la formación moral y política o cívica[4]. La música abarcaba todos los saberes propios de las Musas, es decir, de las divinidades protectoras de las artes y de los oficios. Estos aprendizajes están indisolublemente unidos y se requieren mutuamente.

2. La filosofía y las ciencias

La historia de las relaciones entre la filosofía y la ciencia es larga y variada. Ya se ha visto que Platón definía al filósofo como aquel que “ama la episteme (ciencia) con pasión”. La episteme, para los antiguos griegos, es el conocimiento más alto: el de lo permanente. Sin embargo, el significado de la ciencia ha cambiado en la época moderna. Mientras que la antigüedad concebía al saber unitariamente, en la modernidad éste se diversifica en una multiplicidad de saberes, que son las ciencias. Cada ciencia se define por su objeto (lo que conoce) y por su método (la manera en que conoce). Es decir que cada ciencia comienza siempre a partir de ciertos supuestos aceptados y compartidos. Estos supuestos se toman de la representación, del pensar y opinar cotidianos, por donde comienzan las ciencias[5]. Una vez que se eligen estos supuestos, ya no se pueden variar[6].

Por el contrario, “la filosofía varía constantemente sus puntos de vista y sus planos”[7], porque su inquietud básica es preguntar por el fundamento de tales puntos de vista y tales planos. Esta variación tiene como consecuencia, el que, con frecuencia, no sepamos dónde estamos parados. Ello es una consecuencia inevitable, y proviene de la sensación de desfondamiento, de no hacer pie en suelo firme. Esta confusión es saludable en la medida en que permite deshacerse de prejuicios, supuestos y de lo que se cree saber. Ocurre habitualmente que durante el desarrollo de la primera parte de los cursos introductorios a la filosofía o a la epistemología se suele profundizar esta sensación de confusión y el malestar que ella conlleva. Para que esta sensación no se extienda demasiado, impidiendo avanzar en absoluto, es recomendable ir dejando algunas “señales” o “marcas”, algunas certezas provisorias, que permitan acotar la confusión.

3. La clasificación de las ciencias

3. a. Ciencias formales y ciencias empíricas

La finalidad de las ciencias es el conocimiento de la realidad y cada una busca conocer una parte de esa realidad a la que ha delimitado como su objeto de estudio. En este sentido, el conjunto de las ciencias puede ser dividido en dos grandes grupos: las ciencias empíricas y las ciencias formales o no empíricas[8].

De acuerdo con Karl Hempel, las cien­cias empíricas son aquellas que “pretenden explorar, describir, explicar y predecir los acontecimientos que tienen lugar en el mundo en que vivimos”[9]. Esta pretensión de las ciencias empíricas de pronunciarse sobre “el mundo en que vivimos” determina que sus afirmaciones siempre deban estar fundamentadas sobre la porción del mundo que toman por objeto, dominio que es también llamado “base empíri­ca”[10] de una teoría; es decir, deben confrontar sus afirmaciones con los hechos. Las ciencias empíricas no solamente buscan describir los hechos sino también explicarlos. La explicación es un conjunto de enunciados a partir de los cuales puede inferirse el hecho que se quiere explicar. La explicación es una verdad general, de la cual los hechos particulares son tanto ejemplos como pruebas. Así, por ejemplo, que “todos los cuerpos se atraen entre sí con una fuerza que es directamente proporcional a su masa e inversamente proporcional al cuadrado de sus distancias” es una verdad general que explica que cuando suelto el lápiz que sostengo en mi mano, el lápiz cae. La caída del lápiz se explica por la atracción de la masa de la tierra. Este hecho es, a la vez, un ejemplo y una prueba del principio enunciado.

El filósofo griego Aristóteles afirmaba que los hombres, movidos por el asombro y la curiosi­dad ante el orden, la armonía y la belleza del kosmos han buscado los “por qué” o las “causas” que explican los fenómenos. El conocimiento de las causas ha permi­tido prever el curso de los acontecimientos y de ese modo, dominar y controlar los fenómenos de la naturaleza. Desde entonces y hasta nuestros días, el objeti­vo de las ciencias es explicar y predecir los fenómenos naturales y sociales. La mayoría de los epistemólogos contemporáneos sostiene que el objetivo de las ciencias empíricas o fácticas es la explicación y predicción de los hechos, aunque desde las ciencias sociales, se les agregan otros objetivos como la interpretación, la comprensión y la transformación de la realidad. Este último objetivo no solamente se vincula a ciertas posturas en las ciencias sociales, sino también a la estrecha relación existente desde los comienzos de la moder­nidad entre ciencia y técnica.

Las ciencias formales o no empíricas son la lógica y la matemá­tica pura, cuyas proposiciones se demuestran sin referencia esencial a los datos empíri­cos, si bien las ciencias empíricas presuponen a las ciencias no empíricas, a las que utilizan como instrumentos.

Puede ilustrarse esta primera clasificación tomando dos enunciados verdaderos, uno de las ciencias empíricas y otro de las ciencias no empíricas. Por ejemplo, es sabido que los árboles y las plantas verdes, en general, liberan oxígeno durante el proceso de fotosíntesis. Este conocimiento, más allá de «describir» y «explicar» la producción de oxígeno en el medio ambiente, permite «predecir» ciertos acontecimientos tales como: qué podría suceder si se talaran espacios de selva o bosques en forma indiscriminada y sin que se pueda aportar una forma artificial de proveer de oxígeno a la atmósfera terrestre. Este conocimiento, que reviste una importancia fundamental respecto de la posibilidad de conservación de la vida en el planeta, resulta comparativa­mente menos relevante -cuando no incorrecto- si se intentara aplicar a las condiciones de vida en la luna o en Marte o en alguna galaxia más o menos lejana, o en un pasado remoto cuando la tierra aún no presentaba una superficie ni una atmósfe­ra con las características presentes, o en un futuro en el que nuestro sol se trans­forme en una «enana blanca». Es decir, aquella afirmación de la botánica no sólo podría ser falsa respecto de la «vegetación» de otros planetas, sino que hasta podría llegar a ser falsa respecto del mismo planeta Tierra, si las condiciones de vida fueran otras, si bien en las condiciones presentes, aquí y ahora, tiene carácter de necesidad y universalidad (no hay ninguna planta verde que no cumpla con tal proceso).

En consecuencia, los enunciados empíricos son verdaderos o falsos en función de la base empírica. Las verdades empíricas son por ello contingencias[11]; en cambio, las verdades lógi­cas son tautologías[12]. Esto quiere decir que, por ejemplo, la proposición que enuncia el principio de no contra­dicción [-(p · -p)] no sólo es verdadera para la lógica «terráquea» del siglo XXI sino que -contrariamente a lo que ocurre con la descrip­ción del proceso de fotosíntesis- es verdadera para todo mundo posible. Es decir, es verdade­ra en cualquier galaxia y en cualquier momento de la historia del universo, porque la verdad de ésta y otras proposiciones formales es independiente de las circunstancias empíricas que varían en el tiempo y el espacio. No hay que dejar de tener presente que en tanto que hace uso de la deducción y de los razona­mientos o de las cuantificaciones, las ciencias empíricas necesitan de las ciencias formales o no empíricas como la lógica y la matemática.

3. b. Las ciencias empíricas: ciencias naturales y ciencias sociales

El conjunto de las ciencias empíricas incluye tanto a la biología como a la sociología; a la psicología como a la paleonto­logía; a la geología como a la física. Es necesario, en consecuencia, establecer una nueva distinción dentro del conjunto de las ciencias empíricas. Tradicional­mente, se distingue entre las «ciencias naturales» y las «ciencias sociales». Parece claro cuáles de las ciencias quedan clasificadas dentro de una y otra clase: las ciencias naturales incluyen la física, la biología, la química, la astrono­mía; mientras que entre las ciencias sociales se cuentan la sociología, la ciencia política, la antro­pología, la economía, la historiografía, la psicolo­gía.

No obstante, de acuerdo con Hempel, “el criterio en virtud del cual se hace esta división es mucho menos claro que el que permite distinguir la investigación empírica de la no empírica y no existe acuerdo general sobre cuál es el lugar por donde ha de trazarse la línea divisoria”[13]. A veces, la impreci­sión de la clasificación no permite decidir con claridad a qué grupo pertenece una ciencia (como la psicología, que podría ser clasificada como ciencia biológica de acuerdo a algunos aspectos o como ciencia social de acuerdo a otros). Otras veces, la dificultad consiste en que ciertas disciplinas (como la contabilidad, la medicina, la ingeniería, la jurisprudencia, el trabajo social o la comunicación social) no pueden ser clasificadas ni entre las ciencias sociales ni entre las natura­les. Ello se debe a que, si bien están relacionadas con la actividad científi­ca, parece más adecuado clasificarlas dentro de las artes, las técnicas o de las tecnologías. Sin embargo, en lo que respecta a la división entre ciencias naturales y ciencias sociales, no por imprecisa ha sido poco empleada, ni ha dejado de tener consecuencias para la apreciación social de la ciencia.

El modelo de las ciencias naturales se ha impuesto como el criterio de cientifici­dad dominante. A partir de este hecho, el epistemólogo Robert Blanché propone una ordenación de las ciencias según ciertos «grados de madurez» sucesivos e irreversibles alcanzados por las mismas, a saber: a) una primera etapa «descriptiva», en la cual los enunciados que conforman la disciplina en cuestión son meramente una colección de observaciones; b) una segunda etapa «inductiva», en la cual la disciplina no contiene únicamente enunciados observacionales sino que éstos alcanzan un cierto grado de generalidad, ya sea bajo la forma de generalizaciones estadísticas o simples generalizaciones inductivas; c) una tercera etapa «deductiva», de organización y estructuración de los enunciados de la disciplina; y finalmente, d) el más alto grado de madurez se alcanza en la etapa «axiomática», en la cual los enunciados de la disciplina están ordenados en un sistema deductivo formal sobre la base de principios fundamentales (axiomas). Según este autor, la física es la ciencia empírica que ha alcanzado un nivel axiomático satisfactorio, pero no es éste el caso de todas las ciencias; y parece serlo menos aún de las ciencias sociales que de las naturales. Sin embargo, no se puede dejar de advertir que esta gradación ha sido hecha a partir del modelo de la ciencia física como ideal de ciencia, incurriendo así en una argumentación circular[14]. No obstante, esta gradación es coherente con el sentido común de la época en lo que respecta a la concepción de la ciencia.

De este modo, el ordenamiento por etapas supone, explícita o implícitamente, un progreso[15] y este concepto, a su vez, implica una “actitud valorativa”[16] respecto de las ciencias. Frente a este problema, las ciencias sociales algunas veces han sucumbido a la tenta­ción de subordi­narse o adaptar -y adoptar- la metodología de las ciencias naturales, aunque otras veces han reclamado el mismo rango de cientificidad que se atribuyen las ciencias naturales para su propio modelo y metodología[17]. En el primer caso, se supone que lo mejor que les podría suceder a todas las ciencias es imitar el modelo de la física. Se argumenta que si ha dado tan buenos resultados en ese campo, ¿por qué no habría de darlos en todos los demás?. Desde la perspectiva de las metodologías de las ciencias naturales (llamadas por algunos “ciencias duras”) se plantean cuestiones tales como: ¿son capaces las ciencias sociales de enunciar leyes con el mismo rigor y las mismas caracterís­ticas que las ciencias natura­les?; ¿son aplicables a las ciencias sociales las condiciones de contrastación empírica[18] de las ciencias naturales?; ¿será necesa­rio -y posible- adaptar la metodología de las ciencias naturales o será prefe­rible que las ciencias sociales desarrollen su propia metodología?; en este caso, ¿podrán mantener su pretensión de ser «científicas»?

Hacia finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, algunas tesis sostenidas por el filósofo alemán Wilhem Dilthey dieron origen a debate fructífero y extendido hasta nuestros días, sobre las particularidades y las diferencias existentes entre los métodos y características pertenecientes a las ciencias naturales y los propios de las “ciencias del espíritu” o ciencias sociales. Este autor sostenía que mientras que las ciencias naturales persiguen una explicación de los hechos naturales, las ciencias del espíritu (sociales) buscan una comprensión de los hechos histórico-sociales. Explicar y comprender formarían parte de una oposición excluyente.

Guía de preguntas

1. ¿Qué es la epistemología? 2. ¿Qué relación hay entre epistemología y filosofía? 3. Diferencie episteme de doxa, y filósofo de filodoxo 4. Distinga entre ciencias empíricas y ciencias formales. Utilice en su distinción los conceptos de necesidad y contingencia. . ¿Cuáles son los objetivos de las ciencias empíricas? . Distinga entre ciencias naturales y ciencias sociales. . ¿Cuál es el ordenamiento de las ciencias propuesto por Blanché?

Mapa conceptual

Filosofía Epistemología

Episteme =/= Doxa

Ciencia =/= Opinión



[1] Filodoxo es un término compuesto de filo = amigo, el que aspira o desea y doxa = opinión.

[2] No hay que confundir la idea con la representación mental o la imagen de una cosa. Las ideas son las cosas en sí mismas, son reales, a diferencia de las imágenes o representaciones que son imaginarias o ficticias.

[3] Por supuesto, como la opinión no tiene otro fundamento que el punto de vista de quien la sostiene, ocurre en muchas ocasiones que lo que parece bello para unos no lo es para los otros.

[4] “Política” deriva de polis y “cívica” de civitas. Ambos términos (polis y civitas) significan “ciudad” en el sentido del ámbito de vida ciudadana, donde se ejercen los derechos y las virtudes ciudadanas.

[5] Las descripciones tampoco están dadas. También ellas están integradas por enunciados sobre lo que vemos o conocemos directamente en las cosas mismas. Pero la realidad se nos ofrece de manera plena, densa.”“Esta forma de hablar (“realidad plena”, “densa”) no debe interpretarse como “realidad inestructurada o caótica”. Sólo significa que aún no disponemos de respuestas a cuestiones como: “¿de cuáles tipos de elementos está compueto el objeto?”, o “¿qué relaciones guardan entre sí?”, etc. La realidad previa al trabajo investigativo no debe ser concebida como caótica o confusa: ni en el niño ni en el adulto. Tenemos un mundo de certezas del cual siempre partimos, incluso para darle sentido a nuestro asombro filosófico o a nuestros interrogantes científicos” (Samaja, J.: Epistemología y metodología, Buenos Aires, Eudeba, 1993, p. 147. Subrayado nuestro).

[6] Es cierto que una ciencia puede cambiar su método, e incluso, puede representar su objeto de otro modo conforme avanza el desarrollo de la investigación; pero una vez que se ha decidido acerca de ello, no se vuelve atrás.

[7] Heidegger, M.: La pregunta por la cosa, Buenos Aires, Editorial Sur, 1964, p. 11.

[8] Sería conveniente también tener en cuenta que no solamente no hay una clasificación aceptada unánimemen­te, sino que cualquier clasificación de las ciencias empíricas parece incompleta y se halla en dificultades a la hora de ubicar determinadas «disciplinas».

[9] Hempel, K.: Filosofía de la Ciencia Natural, Madrid, Alianza, 1979, p. 13.

[10] Gregorio Klimovsky define «base empírica» como el conjunto de las entidades cuyo conocimiento se considera directo en la disciplina de que se trate. Es el conocimiento observable directamente. La función de la base empírica es posibilitar el control de los enunciados científicos.

[11] “Contingente” es lo que es de una manera pero puede ser de otra. Necesario es lo que es de una manera y no puede ser de otra.

[12] “Tautología” es una proposición que es siempre verdadera, independientemente de las circunstancias, del lugar y del tiempo.

[13] Hempel, K.: 1979, p. 14. Cursivas nuestras.

[14] Una argumentación es circular cuando la conclusión es al mismo tiempo una de las premisas.

[15] Es decir, se supone que cada etapa o grado es un avance y una mejoría respecto de los grados anteriores, de manera que cuanto más se adelanta más rigurosa y más científica es una ciencia.

[16] Hay una “actitud valorativa” en tanto se considera que conforme se avanza en los grados, mejor se es e inversamente, los grados inferiores son menos valiosos y menos científicos.

[17] Desde los comienzos de la época moderna, al mismo tiempo que se ha intentado fundamentar la racionalidad de las ciencias, se ha tratado de simplificar sus supuestos buscando una base común para las ciencias naturales y las ciencias sociales. Las ciencias naturales han logrado constituir sus supuestos antes que las ciencias sociales, por la sencilla razón de que se concebía al hombre como un ser dotado de libre albedrío, y consecuentemente se pensaba que su acción no podía estar determinada, y por tanto, no podía ser objeto de ciencia.Hay que destacar, sin embargo, que desde el principio de la época moderna ha habido posiciones que han sostenido la posibilidad de una ciencia del hombre, e incluso su prioridad de tal ciencia respecto de las ciencias naturales. Por ejemplo, en las primeras décadas del siglo XIX, el filósofo alemán Georg Hegel advertía: “Respecto de la naturaleza, se concede que la filosofía debe conocerla tal como es, que la piedra filosofal está oculta en algún lugar cualquiera, pero siempre en la naturaleza misma, que es en sí misma racional; el saber debe por lo tanto investigar y aprehender conceptualmente esa razón real presente en ella, que es su esencia y su ley inmanente, es decir no las configuraciones y contingencias que se muestran en la superficie, sino su armonía eterna. El mundo ético, el Estado, la razón tal como se realiza en el elemento de la autoconciencia, no gozarían en cambio de la fortuna de que sea la razón misma la que en realidad se eleve en este elemento a la fuerza y al poder, se afirme en él y permanezca en su interior. El universo espiritual estaría, por el contrario, abandonado a la contingencia y a la arbitrariedad, abandonado de Dios, con lo que para este ateísmo del mundo ético lo verdadero se encuentra fuera de él, pero como al mismo tiempo debe ser también razón, permanece sólo como un problema” (Hegel, G. W. F.: Principios de la Filosofía del Derecho o Derecho Natural y Ciencia Política, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1975, pp. 15-6).Si se define al hombre como un ser espiritual y racional, la reflexión de Hegel consiste en preguntarse por qué considerar que solamente la naturaleza está ordenada racionalmente y no, con mayor razón, el mundo del hombre. Así es: “el mundo en el cual los hombres viven, en el cual se saben en su casa (pues aún sus descontentos sólo tienen sentido en relación con él), este mundo es racional, las leyes de esta vida son cognoscibles, y lo son en grado eminente puesto que es en ellas donde la razón no solamente se realiza (ella se realiza también en cualquier parte) sino que también llega a saber que se realiza” (Weil, E.: Hegel y el Estado, Córdoba, Ediciones Nagelkop, 1970, p. 35).

[18] Se llama “contrastación empírica” a la confrontación de las proposiciones de una ciencia con los hechos de la experiencia.